
En el siglo XIX fueron censadas 350 pulperías, esquinas y almacenes en la provincia de Buenos Aires, de los cuales hoy apenas un puñado de ellas continúan abiertas. Ellas y los personajes que las habitaban son rescatados en un libro de del Instituto Cultural bonaerense donde figura la pulpería Los Ombúes, camino a Andonaegui.
El libro es un homenaje al hombre de campo, «que acudió allí, por dos siglos, para beber aguardiente, jugar a las bochas, a la taba, al truco o al mus; correr carreras, improvisar una payada o un contrapunto.
Una recopilación de sus hazañas, sus mishiaduras y sus vicios». La pulpería es descripta en la introducción «como una suerte de taberna establecida en el campo, donde se venden unos pocos comestibles, algunos artículos de tienda, gran variedad de licores, vinos y, por sobre todo, bebidas blancas».
El nombre devino del aguardiente que allí se expendía, denominado pulque en sus orígenes, por lo que primero fue pulquería y finalmente pulpería.
En la obra se resalta el trabajo del pulpero, «muchas veces hijo o descendiente de inmigrantes, su coraje para instalarse en medio de la campaña bonaerense, entre indios, maleantes y borrachos.
Durante la campaña del Desierto, los gauchos avizoraban las pulperías por una banderita blanca que asomaba en la llanura.
«Algunas eran poco más que taperas, ranchos de terrón y paja; y otras, eran construcciones de piedra o ladrillo».
Un elemento común a todas fue la reja: unas protegían del exterior, y el paisano compraba desde afuera del boliche a través de una ventana enrejada, luego las rejas pasaron al interior para separar al mostrador de los visitantes.
Pulpería, esquina o almacén, poco a poco se fueron diferenciando, ya que la esquina se constituyó en una especie de club para el gaucho, lugar de reuniones, juegos, riñas de gallos, carreras, compra y venta de caballos y de variados productos. Fueron las antecesoras de los almacenes de ramos generales.
Con el paso del tiempo, las líneas férreas llegaron a los sitios más remotos de la pampa, los caminos se mejoraron y esas nuevas vías de comunicación aceleraron el progreso, pero limitaron el paso de los viajantes y reseros por las pulperías bonaerenses. A partir de la irrupción del automóvil, los troperos fueron reemplazados por los camiones jaulas, el paisano comenzó a ir al pueblo y las pulperías entraron en un proceso de extinción.
Pero algunas permanecieron, muchas veces en manos de los descendientes de sus dueños originales, testimoniando su fuerte identidad cultural e histórica.
«Cuentan que Butch Cassidy juntó provisiones y pasó una noche con toda su banda en una pulpería atendida por un chico, y que ese chico fue después Juan Bairoletto...», recuerda Alberto Hernández, que fue titular del Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires.
«Y la bella pulpera de Santa Lucía fue robada una noche por un payador de Lavalle, y su rival mazorquero aún la llora convertido en alma en pena», menciona.
También Hernández subraya «que fue en las pulperías donde se agotó la primera edición de nuestro poema fundacional. En un libro de encargo de un pulpero de campaña figuraba: 12 gruesas de fósforos, una barrica de cerveza, 12 vueltas de Martín Fierro, 100 cajas de sardinas...».
Un total de 22 pulperías están registradas en el libro, ilustrado con fotografías de cada una de ella y una descripción de sus características particulares.
Figuran las siguientes pulperías: Los Ombúes (Exaltación de la Cruz), Mira Mar (Bolívar), Esquina de Argúas (Mar Chiquita), El Recreo y la Colorada (Chivilcoy), El Torito (Baradero), Miraflores (Azul), El Recreo y Moreira(Navarro), Beladrich y Barbosa (San Pedro), Los Principios y la Blanqueada (San Antonio de Areco) y San Gervasio (Tapalqué). Además, El Resorte (Magdalena), El Descanso (Capitán Sarmiento), La esquina de Croto (Tordillo), Lasarte Hnos (Tandil), Boliche Perrota (Pergamino), El Nacional (Arrecifes), Pablo Acosta (Azul) y Di Catarina (Mercedes).
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