El diablo camina con nosotros
[Por E.H.L. para La Semana]
[Por E.H.L. para La Semana]
“Eche veinte centavos en la ranura si quiere ver la vida color de rosa”. Pensaba en esta expresión cancionera, mientras buscaba en mis bolsillos unas monedas para tentar la suerte y ver algún color que no fuera tan gris como la tarde ni tan negro como los últimos días, pero tan esquiva era ésta que las monedas escasearon, tanto como la fortuna que uno anhela y ni ranura había, siquiera.
Desde la calle vi, a través de la ventana del “Café de lo Jueves”, que mis amigos ya estaban en el bar y me alegró no tener que esperarlos. Vivimos momentos en los que “…quien espera, desespera…” de tal modo que mi estrecha alegría la valoré como un bien preciado y dichoso.
Camine distendido por el pasillo del bar hacía la mesa y Freddy me saludo diciendo: Ya le sirvo su café liviano.
José lanzó a mi llegada su habitual: “Que hay de nuevo”, y Omar aventuró: Dada la tranquilidad y la expresión de beneplácito del periodista, imagino que la semana ha sido para usted un canto de esperanza.
Calificativo menor que, “extraordinaria…”, desmerecería mi estupendo presente, dije y saludé a todos.
Félix le preguntó a Bernardo si aún continuaba con la idea de candidatearse para regir los destinos de su barriada.
Bernardo respondió que otros disgustos lo habían hecho desistir por el momento de tamaño emprendimiento.
Daniel preguntó con cauta ironía: Estimado Bernardo cual disgusto puede usted contarnos que haya ensombrecido los magníficos propósitos de la semana anterior.
Bien, dijo Bernardo, comprobar que el kerosén cuesta igual o más caro que la nafta súper altero mi sana tranquilidad cotidiana, y agregó con creciente exasperación: ¡¡dos mangos con ochenta el litro de kerosén¡¡; me gustaría encontrar a quien pueda darme una razonable explicación sobre este asunto y decirnos como la calefacción de los que se hayan en el fondo de la pirámide es más costosa que el combustible de los que están en la cúspide.
Félix mechó preguntando: ¿Para pedirle explicación o llenarle la cara de bollos?
Bernardo continuó: El año pasado estaba al mismo precio que la nafta súper, dos pesos con quince centavos y hoy aumentó el treinta por ciento, es decir sesenta y cinco guitas o sea igual que la nafta. Repito: treinta por ciento. De la medición del gobierno no voy a hablar, sintetizó Bernardo.
Algún otro tema tan edificante como el enunciado por Bernardo será grata-mente recibido, dijo Daniel, quien ya había pateado el hormiguero.
Yo, levantó la mano Omar, como alumno de secundaria.
Muy bien, dijo Daniel, puede expresarse con toda libertad. Adelante querido Omar. Todo esto dicho con la impronta característica de profesor que Daniel ostentaba.
Omar dijo: Fui a realizar el trámite para ser eximido del pago del peaje o su correspondiente descuento y me entregaron un formulario del tipo: Aquí se fía a todo aquel que se presente con su abuelo mayor de cien años.
Félix dejo escapar la carcajada y todos lo seguimos.
Omar continuó impávido: Hay que declarar cuantas veces cruzare el bendito peaje al mes. Las que se me canten estuve dispuesto a contestar pero dada mi atildada educación, calle. Omar continuó mientras nosotros no podíamos contener las lágrimas. En que vehículo y por qué motivos y si tengo tarjeta de crédito o débito emitida por qué compañía y fotocopia de cedula verde, azul, amarilla, y boleto de compra venta y documentación que acredite el motivo del viaje y…que me cobren veinte mangos el peaje y lo pago contento. Y extendiendo los brazo hacía el cielo Omar grito: Quiero vivir en un país libre, donde nadie me pregunte donde voy ni que hago ni si tengo o no tarjeta de crédito ni si mi vehículo es mío o no. Me harté de responder preguntas. Más de las que debo responderle a mi mujer, basta. Y agregó: Tenía razón Groucho Marx quien decía que los hombres seríamos menos mentirosos si las mujeres preguntaran menos. Y dejo caer sus brazos y su cabeza agotado por tanta burocracia estúpida e inoperante.
Cuando las risotadas acallaron y nuestros sistemas respiratorios volvieron a la normalidad un espíritu concordante surgió en una frase concluyente: que se metan la autovía, las cabinas de peaje y la obra y toda dadiva en el trasero.
Desde la calle vi, a través de la ventana del “Café de lo Jueves”, que mis amigos ya estaban en el bar y me alegró no tener que esperarlos. Vivimos momentos en los que “…quien espera, desespera…” de tal modo que mi estrecha alegría la valoré como un bien preciado y dichoso.
Camine distendido por el pasillo del bar hacía la mesa y Freddy me saludo diciendo: Ya le sirvo su café liviano.
José lanzó a mi llegada su habitual: “Que hay de nuevo”, y Omar aventuró: Dada la tranquilidad y la expresión de beneplácito del periodista, imagino que la semana ha sido para usted un canto de esperanza.
Calificativo menor que, “extraordinaria…”, desmerecería mi estupendo presente, dije y saludé a todos.
Félix le preguntó a Bernardo si aún continuaba con la idea de candidatearse para regir los destinos de su barriada.
Bernardo respondió que otros disgustos lo habían hecho desistir por el momento de tamaño emprendimiento.
Daniel preguntó con cauta ironía: Estimado Bernardo cual disgusto puede usted contarnos que haya ensombrecido los magníficos propósitos de la semana anterior.
Bien, dijo Bernardo, comprobar que el kerosén cuesta igual o más caro que la nafta súper altero mi sana tranquilidad cotidiana, y agregó con creciente exasperación: ¡¡dos mangos con ochenta el litro de kerosén¡¡; me gustaría encontrar a quien pueda darme una razonable explicación sobre este asunto y decirnos como la calefacción de los que se hayan en el fondo de la pirámide es más costosa que el combustible de los que están en la cúspide.
Félix mechó preguntando: ¿Para pedirle explicación o llenarle la cara de bollos?
Bernardo continuó: El año pasado estaba al mismo precio que la nafta súper, dos pesos con quince centavos y hoy aumentó el treinta por ciento, es decir sesenta y cinco guitas o sea igual que la nafta. Repito: treinta por ciento. De la medición del gobierno no voy a hablar, sintetizó Bernardo.
Algún otro tema tan edificante como el enunciado por Bernardo será grata-mente recibido, dijo Daniel, quien ya había pateado el hormiguero.
Yo, levantó la mano Omar, como alumno de secundaria.
Muy bien, dijo Daniel, puede expresarse con toda libertad. Adelante querido Omar. Todo esto dicho con la impronta característica de profesor que Daniel ostentaba.
Omar dijo: Fui a realizar el trámite para ser eximido del pago del peaje o su correspondiente descuento y me entregaron un formulario del tipo: Aquí se fía a todo aquel que se presente con su abuelo mayor de cien años.
Félix dejo escapar la carcajada y todos lo seguimos.
Omar continuó impávido: Hay que declarar cuantas veces cruzare el bendito peaje al mes. Las que se me canten estuve dispuesto a contestar pero dada mi atildada educación, calle. Omar continuó mientras nosotros no podíamos contener las lágrimas. En que vehículo y por qué motivos y si tengo tarjeta de crédito o débito emitida por qué compañía y fotocopia de cedula verde, azul, amarilla, y boleto de compra venta y documentación que acredite el motivo del viaje y…que me cobren veinte mangos el peaje y lo pago contento. Y extendiendo los brazo hacía el cielo Omar grito: Quiero vivir en un país libre, donde nadie me pregunte donde voy ni que hago ni si tengo o no tarjeta de crédito ni si mi vehículo es mío o no. Me harté de responder preguntas. Más de las que debo responderle a mi mujer, basta. Y agregó: Tenía razón Groucho Marx quien decía que los hombres seríamos menos mentirosos si las mujeres preguntaran menos. Y dejo caer sus brazos y su cabeza agotado por tanta burocracia estúpida e inoperante.
Cuando las risotadas acallaron y nuestros sistemas respiratorios volvieron a la normalidad un espíritu concordante surgió en una frase concluyente: que se metan la autovía, las cabinas de peaje y la obra y toda dadiva en el trasero.
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