El café de los jueves

Apertura de dama
[Por E.H.L. para La Semana]

Cerré mi abrigo al salir de la redacción. Este otoño despiadadamente seco estaba dispuesto a transformarse en invierno. Pensé que esta demora climática le había ahorrado a la gente la leña y el kerosén y al gobierno, por falta de otros motivos, las quejas por la falta de gas. Caminaba lentamente hacía el “Café de los Jueves” cuando escuché la vieja sentencia “No se puede vivir de recuerdos”, que alguien pronunció, dirigiéndose a quien lo acompañaba. Recordé entonces un artículo que había leído, hacía muchos años, cuando se produjo el magnicidio de Anuar el Sadat, presidente de Egipto, donde el periodista reflexionaba en el final de la columna sobre los hechos históricos, el dramatismo de estos y el impacto sobre las generaciones presentes y futuras. Pensé que todo acontecimiento se procesa lingüísticamente y es, asimismo, la conformación del ser que se vincula directamente a este proceso. De tal manera que esos hechos dramáticos debían operar de alguna forma sobre nuestro comportamiento.
Cuando atravesé la puerta del bar eran esos los pensamientos que rondaban mi mente y fue Freddy quien me despabiló con su amistoso saludo.
Daniel y Félix estaban en la mesa de café tablero de ajedrez por medio. Lo mire a Freddy y lo interrogué con un gesto mudo y me respondió: Están fuera de circulación desde hace media hora.
Daniel señalo la aguja del reloj y le dijo secamente a Félix: Tiempo, se te cayo la aguja, perdiste.
Félix resignado dijo: Me distrajo este. Y me señaló.
Ah, dijo Daniel burlonamente, a llorar a la iglesia.
Omar, Bernardo y José se sentaron y Omar exclamó: A la alta escuela, con reloj y todo.
Que pase el que sigue, dijo Daniel, que Félix esta muy lerdo y Bernardo suplico: Sigan después que esta es la hora de la tertulia.
Hagamos un recreo, acompaño, Félix y José contó que el sábado había ido a Buenos Aires. Fuimos con algunos de mis alumnos, dijo, a la Avenida de Mayo donde se organizo, con motivo de la fiesta patria, un patio de tango. Había varios escenarios, amplió, y en cada uno orquestas y grupos tocaban los clásicos de siempre y parejas profesionales bailaban con destreza. Y en plena avenida la gente de las distintas milongas, que hay por todas partes, lijaban los “tamangos” contra el pavimento. Fue maravilloso y para rematar ese momento glorioso, a las doce de la noche, cuando el sábado se transformaba en el 25 de Mayo, desfiló el Regimiento de Patricios acompañados por la gente y el alborozo que produjo.
José tenía dibujado en la cara una expresión juvenil que nunca antes le había notado. Parecía un niño que habían llevado al circo.
Omar quien también vio esa alegre manifestación de bienestar dijo: ¡Bravo José!, ¡por tu fin de semana! Y levanto el pocillo de café y brindó. Todos lo hicimos y Daniel choco la copa de coñac de Félix con el alfajor. Bernardo que hubo esperado el instante final de la parodia pregunto: ¿Leyeron la nota de LA SEMANA sobre la idea de la autonomía de Los Cardales?
Si, respondió Félix y los demás asentimos. Y agregó dirigiéndose a Bernardo: Es una antigua pretensión de esta vital comunidad.
Ah, dijo Bernardo, estupenda idea, pero no me queda claro lo de la antigüedad del proyecto. Digo, y preguntó con la seriedad propia de quien va a ironizar con toda agudeza, yo que vivo en Parada Robles podría, acaso, solicitar, mediante un proyecto de similares características la autonomía y convertir a Parada Robles en Partido de Parada Robles ya que, según tengo informado, es la zona la de mayor aportación impositiva. Y agregó luego de una pausa cargada de exasperación: ¿Yo, que quiero ser artífice de mi propio destino, podría solicitar que mi barrio o mi manzana pudieran ser autónoma y presentarme como candidato a presidir los destinos de mi cuadra?
José se levanto y reverencia mediante se fue a su clase de tango.
Omar dijo: Se me quema la pizza. Félix y Daniel pusieron en marcha el reloj y propusieron: Defensa Española.
Yo mire a Bernardo, y me empecé a reír; le extendí mi mano afectuosa y trate de continuar con las ideas que habían rondado mi cabeza un rato antes, partiendo rumbo a casa.