[EL AYER CAPILLENSE]
Por Adalberto C. Aner
Aquí vivió don Diego Gaynor (1806-1892), que adquirió, con los frutos del trabajo honrado las muchas hectáreas que pertenecen a sus descendientes.- Edificó la casa al borde de un viejo camino por el cual la lana de sus majadas era llevada a las barracas de Campana.
No tenía carretas, pero había muchos que las tenían y vivían utilizando ese único y lento medio de transporte.- «Pablo Díaz no más, a quien le decían El Chimango, tenía seis».
Muchos serían los viajes que tendrían que hacer para vaciar de vellones a los galpones pues las esquilas duraban tres meses y se calculaba que eran como sesenta mil ovejas que pastaban en una tierra que nunca conoció arado.- Y se decía que eran cincuenta y cuatro los puesteros que tenían a su cargo esas grandes majadas.
Hacia el sudeste de la casa el campo llega y en partes bandea a la Cañada de la Cruz, hoy arroyo de la Cruz.- Y al nor-oeste, un poco más allá de donde terminan los campos de la estancia secular, hay una estación y población sobre la línea del F.C. Mitre que lleva el nombre del buen irlandés ...
Un muchacho, poco más que un niño, llegaba a veces de paso a una pulpería que había en el Puente de Fierro, a comprar un capón.
-»Muchacho, ¿has comido? ¿querés un trago de whiskey?» - le preguntaba Don Diego.- Siempre -según nos dijo ese muchacho, hoy un hombre de edad provecta-, que el estanciero bajaba al pueblo, vestía de negro, y era negra también la levita que a veces llevaba.- Usaba invariablemente sombrero de copa.
Cuando un pobre le pedía una oveja, no pedía en vano; a veces alguno, también necesitado, la tomaba sin pedirla, de noche o muy de madrugada.- Pero remediaba en parte ese pequeño latrocinio dejando el cuero en el lugar donde sacrificara al animal ...
Seguramente que los domingos oiría misa y después ir a otro lugar a tomar algunos vasos de whiskey.
Esos hombres se hallaban bien en un país donde los recibió bien, y que con-sideraban que era su segunda patria.
Por Adalberto C. Aner
Aquí vivió don Diego Gaynor (1806-1892), que adquirió, con los frutos del trabajo honrado las muchas hectáreas que pertenecen a sus descendientes.- Edificó la casa al borde de un viejo camino por el cual la lana de sus majadas era llevada a las barracas de Campana.
No tenía carretas, pero había muchos que las tenían y vivían utilizando ese único y lento medio de transporte.- «Pablo Díaz no más, a quien le decían El Chimango, tenía seis».
Muchos serían los viajes que tendrían que hacer para vaciar de vellones a los galpones pues las esquilas duraban tres meses y se calculaba que eran como sesenta mil ovejas que pastaban en una tierra que nunca conoció arado.- Y se decía que eran cincuenta y cuatro los puesteros que tenían a su cargo esas grandes majadas.
Hacia el sudeste de la casa el campo llega y en partes bandea a la Cañada de la Cruz, hoy arroyo de la Cruz.- Y al nor-oeste, un poco más allá de donde terminan los campos de la estancia secular, hay una estación y población sobre la línea del F.C. Mitre que lleva el nombre del buen irlandés ...
Un muchacho, poco más que un niño, llegaba a veces de paso a una pulpería que había en el Puente de Fierro, a comprar un capón.
-»Muchacho, ¿has comido? ¿querés un trago de whiskey?» - le preguntaba Don Diego.- Siempre -según nos dijo ese muchacho, hoy un hombre de edad provecta-, que el estanciero bajaba al pueblo, vestía de negro, y era negra también la levita que a veces llevaba.- Usaba invariablemente sombrero de copa.
Cuando un pobre le pedía una oveja, no pedía en vano; a veces alguno, también necesitado, la tomaba sin pedirla, de noche o muy de madrugada.- Pero remediaba en parte ese pequeño latrocinio dejando el cuero en el lugar donde sacrificara al animal ...
Seguramente que los domingos oiría misa y después ir a otro lugar a tomar algunos vasos de whiskey.
Esos hombres se hallaban bien en un país donde los recibió bien, y que con-sideraban que era su segunda patria.
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