[EL CAFE DE LOS JUEVES]
Por E.H.L. para La Semana
Félix llego cuando todos estábamos instalados, cómodamente, en nuestra mesa del Café de los Jueves. Pero momentos antes Daniel había desmembrado una larga "parrafada" a manera de queja, sobre los reclamos estudiantiles. Dijo: La tentación, tan vieja como errónea, de que "…todo tiempo pasado fue mejor…" retumba en mi cerebro y me cuesta apartarla. Las cosas han cambiado y parece lógico, pero los jóvenes siempre serán jóvenes., reflexionó.
Daniel era un tipo que "…se había hecho solo…". Nacido en Rosario, se instaló de adolescente en Buenos Aires y se abrió paso pagándose sus estudios con su trabajo. Se convirtió, por merito propio, en un brillante profesor de matemáticas y un hombre de vasta cultura. Lo conocía bien, y conocía su constante lucha contra sus carencias y sus traumas. La educación era un tema que lo apasionaba, tanto como lo amargaba el tiempo perdido en luchas estériles. Se preguntó finalmente sobre qué cosas han pasado en la estructura social para que los jóvenes de hoy falten el mínimo respeto que los otros merecen. Teniendo siempre una actitud desafiante y provocativa sobre la autoridad.
Se supone, agregó, que ocupo, como profesor, el lugar que me gané. Podré ser mejor o peor profesor, pero se que ningún alumno sabe sobre la materia más que yo. Como en todas las materias, los alumnos van a recibir conocimientos nuevos que a priori desconocen. Antes, continuó, había una interrelación entre el hogar, de donde proviene el alumno y la escuela, que permitía que el principio de autoridad no fuera vulnerado. Tuve profesores que jamás amonestaron a nadie e imponían respeto por sus conocimientos y cómo los trasmitían. Que los alumnos fueran revoltosos era normal, pero la irrespetuosidad era inimaginable y sancionable si fuera el caso. La escuela era el ámbito de aprendizaje y socialización, no carente de conflictos, pero justamente, donde se podían dirimir razonablemente.
Daniel hizo un paréntesis para comer un alfajor propiciando la pausa justa para que Félix pudiera meter su bocadillo.
Cambio la estructura social, arrancó Félix. "Es lo que hay", sentenció. Hace cincuenta años, todo el confort de un hogar eran la heladera, la radio, la plancha eléctrica y la tabla de lavar. Había tiempo. En mi casa, con los ingresos de mi viejo que era obrero, bastaba para mantener, apenas decorosamente, el puchero y las necesidades básicas. Mi vieja era "ama de casa" y tenía tiempo suficiente para el control de mis tareas y las de mi hermana. Había una "pilcha" para todos los días y otra para las salidas domingueras y había que cuidarlas. Se vivía con austeridad, pero sin sobresaltos. Teníamos menos apetencias porque, simplemente, desconocíamos el lujo y la opulencia en la que vivían otros. Hay momentos, reflexionó Félix, que el desconocimiento nos protege. Justamente, continuó, el guardapolvo del colegio público era la indumentaria que igualaba las diferencias sociales que existían y existirán siempre. Había que sacarle punta al lápiz porque no había otro. Hoy, en un matrimonio "normal", trabajan ambos, todos tienen tarjetas de crédito y nos pasamos sacando cuentas para ver si podemos pagar los gastos o refinanciarlos. Compramos los electrodomésticos en cuarenta y ochos cuotas, vale decir que nos hipotecamos por cuatro años, y cuando finalmente pagamos, hay que renovar todo y otra ves la burra al trigo. Hay que comprarles teléfonos celulares a los chicos, para saber donde están, aunque nunca sepamos qué hacen ni donde lo hacen. Hay un televisor por cuarto y un plasma en el lugar principal de la casa, que siempre esta vacía, porque todos estamos tan ocupados en juntar la "guita" para pagar. Mi viejo se chivaba cuando los domingos no estuviéramos todos juntos sentados a la mesa y yo, como buen adolescente, no entendía su enojo.
En fin, concluyó Félix, ni todo tiempo pasado fue mejor ni todo tiempo presente y futuro serán, por si mismo tan venturoso como lo muestran los comerciales televisivos. El desafío de cada tiempo será encontrar la medida justa para cada cosa. Cómo queremos vivir, cuales son las prioridades, cuales los objetivos, las metas, el camino. El sendero por donde transitar en busca de la mínima felicidad que podamos construir.
Por E.H.L. para La Semana
Félix llego cuando todos estábamos instalados, cómodamente, en nuestra mesa del Café de los Jueves. Pero momentos antes Daniel había desmembrado una larga "parrafada" a manera de queja, sobre los reclamos estudiantiles. Dijo: La tentación, tan vieja como errónea, de que "…todo tiempo pasado fue mejor…" retumba en mi cerebro y me cuesta apartarla. Las cosas han cambiado y parece lógico, pero los jóvenes siempre serán jóvenes., reflexionó.
Daniel era un tipo que "…se había hecho solo…". Nacido en Rosario, se instaló de adolescente en Buenos Aires y se abrió paso pagándose sus estudios con su trabajo. Se convirtió, por merito propio, en un brillante profesor de matemáticas y un hombre de vasta cultura. Lo conocía bien, y conocía su constante lucha contra sus carencias y sus traumas. La educación era un tema que lo apasionaba, tanto como lo amargaba el tiempo perdido en luchas estériles. Se preguntó finalmente sobre qué cosas han pasado en la estructura social para que los jóvenes de hoy falten el mínimo respeto que los otros merecen. Teniendo siempre una actitud desafiante y provocativa sobre la autoridad.
Se supone, agregó, que ocupo, como profesor, el lugar que me gané. Podré ser mejor o peor profesor, pero se que ningún alumno sabe sobre la materia más que yo. Como en todas las materias, los alumnos van a recibir conocimientos nuevos que a priori desconocen. Antes, continuó, había una interrelación entre el hogar, de donde proviene el alumno y la escuela, que permitía que el principio de autoridad no fuera vulnerado. Tuve profesores que jamás amonestaron a nadie e imponían respeto por sus conocimientos y cómo los trasmitían. Que los alumnos fueran revoltosos era normal, pero la irrespetuosidad era inimaginable y sancionable si fuera el caso. La escuela era el ámbito de aprendizaje y socialización, no carente de conflictos, pero justamente, donde se podían dirimir razonablemente.
Daniel hizo un paréntesis para comer un alfajor propiciando la pausa justa para que Félix pudiera meter su bocadillo.
Cambio la estructura social, arrancó Félix. "Es lo que hay", sentenció. Hace cincuenta años, todo el confort de un hogar eran la heladera, la radio, la plancha eléctrica y la tabla de lavar. Había tiempo. En mi casa, con los ingresos de mi viejo que era obrero, bastaba para mantener, apenas decorosamente, el puchero y las necesidades básicas. Mi vieja era "ama de casa" y tenía tiempo suficiente para el control de mis tareas y las de mi hermana. Había una "pilcha" para todos los días y otra para las salidas domingueras y había que cuidarlas. Se vivía con austeridad, pero sin sobresaltos. Teníamos menos apetencias porque, simplemente, desconocíamos el lujo y la opulencia en la que vivían otros. Hay momentos, reflexionó Félix, que el desconocimiento nos protege. Justamente, continuó, el guardapolvo del colegio público era la indumentaria que igualaba las diferencias sociales que existían y existirán siempre. Había que sacarle punta al lápiz porque no había otro. Hoy, en un matrimonio "normal", trabajan ambos, todos tienen tarjetas de crédito y nos pasamos sacando cuentas para ver si podemos pagar los gastos o refinanciarlos. Compramos los electrodomésticos en cuarenta y ochos cuotas, vale decir que nos hipotecamos por cuatro años, y cuando finalmente pagamos, hay que renovar todo y otra ves la burra al trigo. Hay que comprarles teléfonos celulares a los chicos, para saber donde están, aunque nunca sepamos qué hacen ni donde lo hacen. Hay un televisor por cuarto y un plasma en el lugar principal de la casa, que siempre esta vacía, porque todos estamos tan ocupados en juntar la "guita" para pagar. Mi viejo se chivaba cuando los domingos no estuviéramos todos juntos sentados a la mesa y yo, como buen adolescente, no entendía su enojo.
En fin, concluyó Félix, ni todo tiempo pasado fue mejor ni todo tiempo presente y futuro serán, por si mismo tan venturoso como lo muestran los comerciales televisivos. El desafío de cada tiempo será encontrar la medida justa para cada cosa. Cómo queremos vivir, cuales son las prioridades, cuales los objetivos, las metas, el camino. El sendero por donde transitar en busca de la mínima felicidad que podamos construir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario