Terminen con la corneta
[Por E.H.L. para La Semana]
“El que solo se ríe, de sus picardías se acuerda”. Pensé en este viejo refrán que mi madre repetía toda vez que cuadraba al asunto en cuestión. Durante varias cuadras, desde que deje la redacción rumbo al “Café de los Jueves” no podía dejar de reírme de la respuesta que me había dado Gustavo, cuando le pregunte que era el Estado.
El muy turro me respondió lacónica-mente: “Lee uno de los quinientos tratados que se escribieron sobre el te-ma y tendrás la repuesta rápidamente”.
Pensé que mi pregunta no había sido ingenua pero no advertí que en mi postura física se adivinaría la capciosidad de mi interrogación. Caminaba y miraba de costado a los transeúntes para ver en quién adivinaba la expresión, “este tipo esta loco”.
Cuando llegue al bar, Freddy, que estaba en la puerta, me dijo, luego del saludo respetuoso de costumbre: “Venga a poner un poco de orden que Félix y Bernardo se trenzaron en una disputa filosófica o de otro tenor”.
¿Yo?, pregunté con asombro. Y agregué: que me viste, pibe, cara de gendarme. De todos modos al llegar a “nuestra mesa” dije: compañíaaa…firrrmé.
Daniel, Omar y José se pararon de inmediato y se cuadraron, pero cuando advirtieron que Bernardo y Félix, tan absortos por la compulsa ideológica no dieron señal, comenzaron a reírse a carcajadas. José pidió a los gritos: Un balde de agua helada para la mesa revoltosa.
Félix y Bernardo se despabilaron y Bernardo dijo dirigiéndose a José: Viejo tanguero y no agrego otro adjetivo porque no deseo un nuevo nock kout a mi ya larga lista de fuera de combate, de tal modo que por qué no pedís un Pernot.
“Marchen dos Mariposas”, dijo José mirando a Freddy cuyo rostro se convirtió, con la velocidad de un rayo, en un signo de interrogación.
Cuando todos ocupamos nuestros lugares y la calma había ganado los ánimos pregunté sobre la idea que originó el alboroto. Félix tomo la posta y dijo: El terrateniente vendió el campo y se hizo proletario.
Omar comenzó a reír nuevamente y Bernardo que volvía a levantar temperatura miró a Omar y le preguntó: Me podes informar de que te reís, y así, nos reímos todos de tus ocurrentes pensamientos.
“Cómo no estimado analista en sistemas”, respondió Omar y agregó, “pero prométanos que usted participará con beneplácito de mis turbados pensamientos”. Bien, continuó Omar, por un instante recordé un antiguo amigo que decía como muletilla: “Otra vez la burra al trigo” y otra como: “Estoy en la picadora”. A decir verdad, explicó, es-tas expresiones nada tienen que ver con lo que aquí se estaba tratando, aunque, sin embargo, muy bien podían aplicarse al momento actual.
Si, dijo Daniel, “otra vez la burra a la soja”.
Y “otra vez el profesor al alfajor” dijo José.
Llegaron ustedes y con sus recuerdos con olor a naftalina acabaron con el nutrido intercambio intelectual, dijo Bernardo.
Nosotros ya estábamos, respondió Omar, y usted prometió adherir a la humorada. “Quien llego fue él”, y me señaló.
El tema es este estimado periodista, arrancó Félix.
Yo argumenté que aquí no hubo terrorismo de Estado, y lo afirmé en la convicción que no quita ninguna responsabilidad en quienes acometieron con tamaño ultraje a la condición humana, sino, por el contrario, agrava mucho más el repudio y la condena a la que debieron ser expuestos, porque, dado que el Ejercito, como institución de una democracia, debe su creación y función a defender a la Nación, en caso de una agresión extrajera, esta patota de forajidos, en eso se convirtieron, en el mismo momento que volvieron las arma que el Estado les proporciono contra un Gobierno democráticamente electo. Se convirtieron en traidores a la Patria y la traición en el Código de Justicia Militar, es pena de muerte por fusilamiento. Esto no ocurrió porque la Comisión Ratembach, no tuvo el coraje ni el sentido de justicia mínimo. Pero pensar que esta manga de criminales fue el Estado no me convence. Y me ajusto a un ejemplo largamente enunciado. “Tenían todo el poder para juzgar con las leyes en la mano”, decían y dicen aquellos que sostienen esta posición. Yo me pregunto: ¿Es posible que se argumente que quienes vulneraron los principios constitucionales más vitales de una República, pudieran haber ejercitado con idoneidad la justicia. Desde que lugar lo hubieran hecho?. Eso es lo que pienso, solo eso.
[Por E.H.L. para La Semana]
“El que solo se ríe, de sus picardías se acuerda”. Pensé en este viejo refrán que mi madre repetía toda vez que cuadraba al asunto en cuestión. Durante varias cuadras, desde que deje la redacción rumbo al “Café de los Jueves” no podía dejar de reírme de la respuesta que me había dado Gustavo, cuando le pregunte que era el Estado.
El muy turro me respondió lacónica-mente: “Lee uno de los quinientos tratados que se escribieron sobre el te-ma y tendrás la repuesta rápidamente”.
Pensé que mi pregunta no había sido ingenua pero no advertí que en mi postura física se adivinaría la capciosidad de mi interrogación. Caminaba y miraba de costado a los transeúntes para ver en quién adivinaba la expresión, “este tipo esta loco”.
Cuando llegue al bar, Freddy, que estaba en la puerta, me dijo, luego del saludo respetuoso de costumbre: “Venga a poner un poco de orden que Félix y Bernardo se trenzaron en una disputa filosófica o de otro tenor”.
¿Yo?, pregunté con asombro. Y agregué: que me viste, pibe, cara de gendarme. De todos modos al llegar a “nuestra mesa” dije: compañíaaa…firrrmé.
Daniel, Omar y José se pararon de inmediato y se cuadraron, pero cuando advirtieron que Bernardo y Félix, tan absortos por la compulsa ideológica no dieron señal, comenzaron a reírse a carcajadas. José pidió a los gritos: Un balde de agua helada para la mesa revoltosa.
Félix y Bernardo se despabilaron y Bernardo dijo dirigiéndose a José: Viejo tanguero y no agrego otro adjetivo porque no deseo un nuevo nock kout a mi ya larga lista de fuera de combate, de tal modo que por qué no pedís un Pernot.
“Marchen dos Mariposas”, dijo José mirando a Freddy cuyo rostro se convirtió, con la velocidad de un rayo, en un signo de interrogación.
Cuando todos ocupamos nuestros lugares y la calma había ganado los ánimos pregunté sobre la idea que originó el alboroto. Félix tomo la posta y dijo: El terrateniente vendió el campo y se hizo proletario.
Omar comenzó a reír nuevamente y Bernardo que volvía a levantar temperatura miró a Omar y le preguntó: Me podes informar de que te reís, y así, nos reímos todos de tus ocurrentes pensamientos.
“Cómo no estimado analista en sistemas”, respondió Omar y agregó, “pero prométanos que usted participará con beneplácito de mis turbados pensamientos”. Bien, continuó Omar, por un instante recordé un antiguo amigo que decía como muletilla: “Otra vez la burra al trigo” y otra como: “Estoy en la picadora”. A decir verdad, explicó, es-tas expresiones nada tienen que ver con lo que aquí se estaba tratando, aunque, sin embargo, muy bien podían aplicarse al momento actual.
Si, dijo Daniel, “otra vez la burra a la soja”.
Y “otra vez el profesor al alfajor” dijo José.
Llegaron ustedes y con sus recuerdos con olor a naftalina acabaron con el nutrido intercambio intelectual, dijo Bernardo.
Nosotros ya estábamos, respondió Omar, y usted prometió adherir a la humorada. “Quien llego fue él”, y me señaló.
El tema es este estimado periodista, arrancó Félix.
Yo argumenté que aquí no hubo terrorismo de Estado, y lo afirmé en la convicción que no quita ninguna responsabilidad en quienes acometieron con tamaño ultraje a la condición humana, sino, por el contrario, agrava mucho más el repudio y la condena a la que debieron ser expuestos, porque, dado que el Ejercito, como institución de una democracia, debe su creación y función a defender a la Nación, en caso de una agresión extrajera, esta patota de forajidos, en eso se convirtieron, en el mismo momento que volvieron las arma que el Estado les proporciono contra un Gobierno democráticamente electo. Se convirtieron en traidores a la Patria y la traición en el Código de Justicia Militar, es pena de muerte por fusilamiento. Esto no ocurrió porque la Comisión Ratembach, no tuvo el coraje ni el sentido de justicia mínimo. Pero pensar que esta manga de criminales fue el Estado no me convence. Y me ajusto a un ejemplo largamente enunciado. “Tenían todo el poder para juzgar con las leyes en la mano”, decían y dicen aquellos que sostienen esta posición. Yo me pregunto: ¿Es posible que se argumente que quienes vulneraron los principios constitucionales más vitales de una República, pudieran haber ejercitado con idoneidad la justicia. Desde que lugar lo hubieran hecho?. Eso es lo que pienso, solo eso.
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